«Nadie llega al Padre sino por mí.”– Juan 14:6b
Hace unos años, uno de mis amigos de la escuela secundaria se convirtió en el amigo íntimo de uno de los hijos del Presidente Gerald Ford. Un fin de semana, el hijo del Presidente invitó a mi amigo a que fueran a la Casa Blanca. Cuando llegaron, los guardias simplemente les cedieron el paso, sin ningún desafío o investigación. Mi amigo entró a la Casa Blanca y, una vez más, los guardias no le detuvieron. Caminó justamente a la entrada de la Oficina Oval. Los guardias tampoco intentaron detenerle. De hecho, el Presidente se levantó de su asiento, abrazó a su hijo y luego se presentó a mi amigo, “¡Un placer conocerte!” mi amigo fue saludado por el hombre más poderoso del mundo».
Ahora bien, si mi amigo hubiese ido solo a la Casa Blanca un par de semanas después, los agentes del Servicio Secreto no hubiesen sido tan complacientes. Él explicó, «la única razón por la que entré fue porque conocía al hijo del Presidente. ¡Esa fue la única forma! Yo no estaba calificado. No tenía ninguna razón para estar allí. Pero conocía al hijo del Presidente».
Y así es con la vida eterna. No tiene nada que ver con las buenas obras. Solamente se trata de conocer al Hijo. Conocemos al Hijo y conoceremos a nuestro Padre Celestial. Conocemos al Hijo y cuando llegue la muerte, entraremos directamente al cielo. ¡Qué alegría será eso!