“Ellos me respondieron: «Los que se libraron del destierro y se quedaron en la provincia están enfrentando una gran calamidad y humillación. La muralla de Jerusalén sigue derribada, con sus puertas consumidas por el fuego.» Al escuchar esto, me senté a llorar; hice duelo por algunos días, ayuné y oré al Dios del cielo.” – Nehemías 1:3-4 (NVI)
¿Sabías que un corazón agobiado en realidad podría significar que tienes un corazón sano? Me doy cuenta de que esto puede parecer una declaración contradictoria, pero en la familia de Dios, si no nos sentimos cargados por los que no conocen a Cristo, por aquellos que son menos afortunados, por aquellos que están muriendo de hambre, los que están siendo esclavos, los que están viviendo en absoluto terror por sus vidas […] algo está terriblemente mal.
¿Estamos agobiados por el estado de nuestras vidas, de nuestros matrimonios, nuestros hijos, nuestro gobierno, y América dándole la espalda a Dios? ¡Las aflicciones son la manera de Dios de decirnos que debemos involucrarnos! ¿Cómo podemos esperar estar conectado con Dios y no estar preocupados por estas personas y estas situaciones que están a nuestro alrededor? Debemos estar perturbados con un descontento santo, al igual que Nehemías lo estuvo por su gente y su pueblo, la ciudad de Jerusalén.
¿Cuándo fue la última vez que lloraste porque muchas personas no conocen a Jesucristo como su Señor y Salvador? ¿Cuándo lloraste por la desgracia de alguien? Claro, decimos, «Estaré orando por ti» cuando nos encontramos con alguien en el pasillo, pero ¿Lo decimos en serio? ¿Realmente presentamos a esa persona delante del Señor en oración?
Hoy, te reto – me reto a mí mismo – a tener un corazón agobiado, porque una persona con una “carga sobre su hombro” debería ser una persona con una misión. Y todos necesitamos estar en la misión de preocuparnos por otras personas. Comenzando aquí y ahora. ¿Estás conmigo?