“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.” – Romanos 7:14-16 (RVR1960)
Durante mi segundo año de universidad, yo estaba atravesando por un momento muy inquietante. Yo no entendía muy bien por qué, en ese momento, me sentía abrumado por el temor. Tenía temor por el futuro, sintiéndome inquieto, sin saber lo que tenía que hacer con mi vida. Me sentía como si hubiera pasado de un joven con demasiada confianza a ese sentimiento de pérdida total de la confianza y el temor por el futuro. Durante ese tiempo, tuve temor de que podría cometer el pecado imperdonable, a pesar de que yo no sabía cuál era ese pecado. No fue un período feliz.
Entonces, un día, me encontré con este pasaje: Romanos 7:14. Fue como si las Palabras de Dios saltaron de la página. Fue tan increíblemente alentador ver que este gran hombre de fe, el Apóstol Pablo, estaba confesando su lucha con el pecado, incluso al final de su vida. Después de todos esos años creciendo en Jesucristo, Pablo confiesa: «Mira. Sé lo que estoy supuesto a hacer. Sé lo que me gustaría hacer, pero estoy fallando. Estoy luchando con eso.» No te puedo decir la diferencia que eso hizo en mí. Leí el pasaje una y otra vez. Me dio la fuerza y el estímulo para aprender que cuanto más crecemos en Cristo, más nos damos cuenta de nuestra pecaminosidad. También me ayudó a entender que cuanto más lejos estamos de Cristo, menos conscientes estamos de nuestra pecaminosidad. ¡Finalmente eso tuvo sentido para mí! Caramba, eso hizo que me aliviara. ¡Me di cuenta de que no estaba en regresión en mi relación con Cristo, sino que me acercaba más a Él!
Fue durante ese año en la universidad (de luchar con todo tipo de temores, pero sobre todo con el temor de cometer el pecado imperdonable) cuando Dios me ministró de una manera muy personal. Él dijo, «Bryant, hagas lo que hagas, cualquier cosa que hayas hecho en el pasado y harás en el futuro, no estás condenado, Te amo. Tú eres mi hijo […]» Cuando realmente comprendemos la gracia de Dios (Su oferta de no condenarnos por nuestros pecados por medio de lo que Él ha hecho por nosotros en la cruz) de que Él nos da el deseo de querer vivir de una manera que sea agradable a Dios, eso nos libera del temor a arruinar todo o hacer algo imperdonable y nos el gozo de vivir en gratitud por lo que Él hizo por nosotros. ¡Eso realmente nos libera del temor, el cual en realidad es la falta de confianza en Dios, y nos lleva al deleite en Su amor, a vivir ya no derrotados por el pecado!