“¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” – Romanos 6:1-2 (RVR1960)
El New Jersey Times escribió acerca de un juicio penal, donde un joven hispano estaba siendo acusado de la muerte de tres jóvenes en el patio de una escuela de Newark. La hostilidad y emociones estaban corriendo en alto. Pero luego el artículo contaba el relato de una persona que estaba en el otro lado de la sala del tribunal, la única persona conectada a la parte demandada. El artículo la describía de la siguiente manera: «El otro lado de la sala del tribunal detrás de la mesa de la demandada era una mujer pequeña y tímida. Llevaba puesto unas zapatillas sensibles adecuadas para una mujer que iba a trabajar. Y sus manos estaban llenas de arrugas secas de duro trabajo. Anna Gómez es la madre del acusado. Y tal vez no había un personaje más solitario en una corte que los parientes de un acusado de asesinato, sobre todo en un juicio como este».
A lo largo de la historia, hemos visto relatos de una madre amorosa, estando allí sola, siendo la única que apoya a su hijo cuando es acusado de un crimen cruel y horrible. Hay algo increíblemente noble sobre el amor de la madre en esos momentos. Sin embargo, pensemos de cuán despreciable sería si el hijo de esta madre dijera: «No me importa lo que he hecho y no voy a cambiar de mi vida criminal sólo por saber que mi madre me amará y me perdonará pase lo que pase». Eso sería repugnante y vil.
Pero ¿con qué frecuencia los hijos de Dios tienen el mismo tipo de mentalidad hacia Él? Como sabemos que Él nos ama y nos perdona, decimos, «Voy a seguir adelante y continuaré haciendo lo que quiero y viviendo como que me plazca. Después de todo, Dios me perdonará, no importa lo que yo haga. ”¡Qué interpretación tan repugnante de la gracia de Dios es esa!
Cuando realmente entendemos el amor y la gracia de Dios, estamos tan abrumados con gratitud por lo que Cristo ha hecho por nosotros—quien dio Su vida por nosotros para liberarnos de la esclavitud del pecado—que queremos vivir de una manera que sea agradable a Él y a nuestros padres terrenales.