“Si alguno se cree ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana”. – Santiago 1:26
En mis días en el seminario, un estudiante compañero y buen amigo se paró en la puerta, me miraba pálidamente, y me dijo, «Bryant, creo que metí la pata.» Él era uno de nosotros que teníamos una iglesia pequeña en un campo donde íbamos los fines de semanas y la pastoreábamos. Luego regresábamos a ser estudiantes del seminario a tiempo completo durante la semana. Y con mucha frecuencia, nos tocaba oficializar nuestro primer funeral o primera boda. Fue un proceso de aprendizaje. Bueno, este amigo mío había tenido su primer funeral. La esposa de un hombre activo en la iglesia murió repentinamente. Así que se reunió con el esposo en la funeraria. El esposo dijo: «Ven. Ven. Quiero que me acompañe al ataúd de mi esposa.» Y estaban allí [los dos] de pie mirando a su esposa en el ataúd y el esposo dijo: “¿No luce ella hermosa?» Y mi estúpido amigo dijo: «Bueno, he visto otras lucir mejor”. Luego me dijo, «Bryant, no estoy seguro si voy a lograr continuar en el ministerio”. Hoy en día, él es un Contador Público Certificado. Ahora esa historia es divertida, pero regularmente no. Necesitamos domar nuestras lenguas por muchísimas diferentes razones.
A veces decimos algo tan rápidamente sin pensar, y decimos algo tan estúpido y tan vergonzoso que haríamos todo lo posible para simplemente devolver las palabras de nuevo, pero no se puede. Permanecen siempre allí. Y lo que es aún más convincente son las cosas que decimos que son crueles o hirientes, el chisme y la calumnia. Podemos decir muchas cosas duras y al momento que las decimos, instantáneamente sabemos que hemos metido la pata muy profunda.
Miremos el versículo de hoy de nuevo. Si alguno se cree ser un cristiano y no aprende a refrenar su lengua, está viviendo una mentira y su fe es inútil. No puedes encontrar una palabra más fuerte de convicción para todos nosotros que domar la lengua. Todos nosotros decimos algunas cosas que lamentamos profundamente, que nos gustaría poder no haberlas dicho. Es un delito grave a los ojos de Dios. Así que, vamos a hacer de eso algo serio a nuestros ojos, en nuestros corazones y en las palabras que salen de nuestras bocas.