«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete». Mateo 18: 21-22
Hay muchos casos en la vida donde el perdón es extraordinariamente difícil. Por ejemplo para un padre afligido por la pérdida de su hijo en un tiroteo escolar sin sentido; un hombre cuya esposa lo dejó por otro; o tal vez una mujer que se enfrenta a las consecuencias del abuso sexual (la lista podría continuar). ¿Cómo puede alguien perdonar a una persona que ha causado tanto dolor y angustia? ¿Puedes o mejor aún, deberías perdonar en estas situaciones?
En estos casos, el perdón puede a veces parecer no sólo imposible sino irresponsable, cuanod hablamos de justicia. Entonces, ¿Debemos realmente perdonar a todos los que nos hacen daño? Como era de esperar, Jesús tenía mucho que decir sobre este tema y decidió comunicar esta lección de vida a través de otra historia. Puedes leer la parábola completa en Mateo 18: 21-35.
Un hombre tenía una enorme deuda con el rey: le debía 10.000 talentos. Ahora, un talento era de unas 72 libras de un metal precioso. Si ese metal fuera oro, un talento hoy en día equivaldría aproximadamente a 1,6 millones de dólares. Ahora multiplica eso por 10.000. La cantidad de deuda que debía este hombre era imposible de pagar aun en toda su vida. El rey lo sabía y ordenó al hombre y a toda su familia vender todas sus posesiones para pagar la deuda. El deudor cayó al suelo y le rogó al rey que tuviera piedad. En un increíble acto de compasión, el rey perdonó esta gran deuda.
El punto de la historia es que así como el rey perdonó una deuda imposible, Dios nos perdona de nuestra deuda imposible de pagar. No hay nada que podamos hacer, decir u ofrecer para solventar el castigo que exige nuestro pecado, que es la muerte. Pero Dios, en un tremendo acto de compasión y misericordia nos ofrece el perdón completo a través de Cristo, quien pagó esa deuda de pecado por nosotros al tomar nuestro lugar en la cruz.
De la misma manera, debemos mostrar una actitud similar de compasión y perdón hacia aquellos que nos lastiman o nos perjudican. Esto no se hace para ganar el perdón de Dios, sino por gratitud por lo que Él ha hecho por nosotros. Después de todo, cuando realmente nos damos cuenta de la magnitud del perdón de Dios hacia nosotros, es más fácil perdonar a los demás por las heridas grandes y pequeñas. ¿A quién necesitas perdonar hoy?