«Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme.» – 1 Reyes 3:7
Piensa del tiempo cuando saliste de la milicia o cuando terminaste la universidad y estaba iniciando tu primer trabajo. O tal vez fue cuando tuviste tu primer hijo cuando de repente que te diste cuenta que tenía que actuar como un adulto. Nunca olvidaré esos sentimientos cuando terminé la universidad, me mudé a la ciudad de Augusta en el estado de Georgia y tomé un trabajo en la América corporativa. Esto fue antes de que Anne y yo nos casáramos, eso fue años antes de que entrara al ministerio. Por varias semanas, despertaba por la mañana y pensaba, «Sabes, se supone que debo ser un adulto, pero me siento como un muchacho». Estaba bien asustado.
Eso es lo que Salomón sentía cuando inesperada y de repentinamente se convirtió en el rey de todo Israel. Se sintió abrumado, pero tenía toda esta responsabilidad. Fue llamado a dirigir una gran nación que había comenzado con Abraham, Isaac, Jacob y José – una nación con líderes extraordinarios, piadosos como Moisés y Josué e incluso su propio padre, David. Salomón reflexionó sobre todo esto y dijo: « No soy más que un muchacho«. Ahora ponte a pensar en eso por un minuto. Los muchachos o niños son totalmente dependientes de sus padres. Así Salomón le habló a su Padre Celestial (ya que había muerto su padre terrenal), todo lo que él pudo decir fue, « No soy más que un muchacho«. Expresó una dependencia absoluta en su Padre Celestial. Ahora, no es un mal lugar para que un rey comience. Y no es un mal lugar para que todos nosotros comencemos. Abordemos nuestra vida como un niño pequeño, totalmente dependiente de su padre. Él nos proveerá; Él nunca va a decepcionarnos. Con la fe de un niño, podemos vivir como adultos maduros.