“Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran, y se les concederá.” – Juan 15:4-7
Para los ojos del mundo, rendirse es considerado como una “humillación”, como “perder”. Rendirse es cuando alguien más poderoso hace que otro pierda en la batalla. Pero aquí está la ironía: Rendirse, en lo que trata con la jornada de la fe, es el comienzo de la vida cristiana victoriosa. Cuando nos damos cuenta de cuánto Dios nos ama y de cómo nos mostró ese amor por medio de lo que Cristo hizo, quien murió literalmente en la cruz en nuestro lugar, pagó la sentencia por todos nuestros pecados (pasados, presentes y futuros) y luego resucitó de entre los muertos; Cuando entendemos que somos culpables de nuestra pecaminosidad, de nuestra auto-suficiencia de sentir que nuestra manera es realmente la mejor, nos hacemos culpables del hecho de que queremos permanecer en control de nuestras vidas versus permitir que Dios esté a cargo de ellas. Es en ese momento que finalmente llegamos al punto de rendimiento—de rendir nuestras vidas a nuestro Señor, entregándole a Él todo lo que tenemos, todos nuestros deseos, todas nuestras metas, todos nuestros sueños, todas nuestras prioridades, todas nuestras posesiones—sometiendo nuestra vida a Cristo. La vida victoriosa comienza con el rendimiento o sometimiento a Cristo.
Ahora bien, una vez nos rendimos en fe, Él nos llama a rendirnos diariamente al permanecer en Cristo. ¿Qué quiere decir esto de “permanecer”? Permanecer quiere decir “perdurar”. Significa “permanecer cerca de”. Es una decisión de nuestra voluntad de permanecer cerca de Cristo. ¿Cómo hacemos eso? En primer lugar, hacemos eso al leer la Palabra de Dios, la Biblia. Si eres creyente, el Espíritu Santo nos enseña a cómo aplicar la Palabra de Dios a nuestro diario vivir. Él nos da ese “anhelo” interno de poner en práctica la Palabra de Dios. Luego comenzamos a descubrir el secreto para la oración poderoso. Dios nos guía a orar por las cosas que debemos orar, en vez de orar por cosas que queremos. El libro de Santiago 4:3 dice, “Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones”.
Una vida de oración poderosa comienza con nuestro rendimiento o sumisión a Dios. Ella continúa cuando permanecemos en Él. Aprendemos más acerca de cómo permanecer en Él cuando estudiamos la Palabra de Dios, cuando la obedecemos y cuando oramos por Su voluntad. Y eso, mis amigos, le da poder a nuestras vidas de oración.