“Que nadie, al ser tentado, diga: «Es Dios quien me tienta.» Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta él a nadie”. – Santiago 1:13
¿Cuál es la tentación más fuerte?
¿Es perder la calma cuando algo te hace enojar o hacer trampa en un examen o en los reportes de gastos?
¿Es la tentación de comer demasiado cuando estás bajo estrés o quizás es la lujuria o la pornografía?
¿Es la cerveza, las drogas o algún comportamiento adictivo? Créeme, estamos rodeados de tentaciones todos los días de nuestras vidas.
Ahora bien, pensemos de cuán frecuente indirectamente culpamos a Dios por nuestras tentaciones. Por ejemplo, si alguien está luchando con obesidad y dice, “Bien, esta simplemente es la manera que Dios me hizo. Simplemente tengo la tendencia a ser una persona de sobre peso”. La verdad es que nosotros somos la fuente principal de nuestra tentación a pecar. Todos tenemos una naturaleza pecaminosa que es tan antigua como Adán y Eva.
Aquí está la parte buena—todos tenemos una manera de resistir. Jesús nos enseñó a orar para que Dios nos dé la fuerza cuando estemos en tentación. Luego sólo tenemos que decir: “No” y digo eso muy en serio. ¿Vamos a veces a fallar? Por supuesto que vamos a fallar. Cuando fallemos, pidámosle a Dios que nos perdone, lo cual Él va a hacer por medio de Cristo. ¡Luego pidamos fortaleza para nunca volver a hacer eso!