“¡Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo! Por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Tal herencia está reservada en el cielo para ustedes”. – 1 Pedro 1:3-4
¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué es lo que estoy supuesto a hacer con mi vida?
La pregunta del propósito fastidia a todas las personas en un tiempo u otro. Desde escoger qué estudiar en la universidad hasta navegar la crisis de la edad media, el saber la razón por la cual existimos cambia todo.
En Génesis, vemos a Dios dando dos instrucciones para la vida. Simplemente, Dios creó al hombre para que tenga dominio sobre la tierra y para criar la próxima generación que conocería a Dios.
Dominio, control, poder—veamos esa primera parte. Tener dominio o simplemente—nuestra labor, es una parte de la responsabilidad y del propósito del hombre. Pues, ¿qué clase de trabajo? ¿Qué si mi trabajo no me trae satisfacción? En última instancia, el trabajo no nos trae satisfacción y aquí les digo por qué.
Cuando el pecado entró al mundo, todo cambió, incluyendo el trabajo. El hombre terminó trabajando más fuerte, pero viendo menos resultados. Echémosle un vistazo al mundo hoy en día—hambruna, guerras, economías inestables. Todo eso conlleva a una mayor frustración, preocupación y temor.
El segundo mandato es de criar la próxima generación que conocería a Dios. Pero, de nuevo, tan pronto como el pecado entró al escenario, la relación perfecta y complementaria entre Adán y Eva se quebrantó. Bienvenido a la primera “batalla de los sexos”. Incluso vemos el celo surgir entre hermanos, lo cual al final llevó a un hermano asesinando al otro. Ese no es un escenario precioso.
¿Qué tiene todo eso que ver con nuestro propósito, o nuestro llamado? Eso es simple. Dentro de todos esos pensamientos deprimentes, hay una buena noticia. Nuestro llamado es de hacer algo muy humano. Es de tomar una decisión: ¿Vamos a recibir la gracia de Dios, la cual Él nos ofrece por medio de Cristo? ¿Vamos a creerle o rechazarle?
Nuestro llamado es tomar esa decisión—eso nos lleva a nuestro propósito, al significado de nuestra vida, a la razón por la cual Dios nos creó. Una vez aceptamos ese regalo de seguir a Jesús, Dios comienza a revelar todos los pequeños detalles de cómo llevar a cabo nuestro propósito específico—lleno de gozo y de significado todo el tiempo.