«Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.» – Romanos 3:23
No te puedes ganar tu entrada al cielo. Simplemente no puedes hacerlo. Hay demasiado pecado en nuestra vida que nunca será compensada por las buenas obras que podamos realizar. No importa lo duro de trates, la cuenta nunca podrá ser balanceada. La única manera de ir al cielo es a través de aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador. La salvación es un regalo que aceptas o rechazas; no hay otras opciones.
Para el cristiano, me lo imagino de la siguiente manera. Nosotros nos paramos ante el Trono de Jesucristo. Todas nuestras obras de esta vida se ponen a la luz. Es muy evidente que merecemos el infierno, porque si no somos perfectos, sin duda nos merecemos la separación eterna de nuestro Creador. Pero entonces Cristo baja de ese Trono de Juicio y se pone a nuestro lado. Toma su túnica de justicia y la pone sobre nosotros. Y dice, «es obvio que eres culpable. Es obvio que te mereces el infierno. Pero he pagado el castigo, yo mismo tomé en la cruz la sentencia que te mereces y has aceptado este regalo. ¡Puedes vivir para siempre en el gozo y la gratitud de lo que he hecho por ti!» Y qué celebración de agradecimiento y alabanza al Señor será esa.
¿Has recibido, por fe, el regalo inmerecido?