» ¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. 26 Mi carne y mi corazón desfallecen; Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre.» Salmo 73:25-26
Porción. Compartir. Servir. Porción.
Cuando pensamos en la palabra porción, pensamos en algo que se nos asigna. Es una parte de un todo, dividida entre unos pocos o muchos. Y si tienes hijos, sabrás que a menudo se disputa una porción.
«¡Su trozo de tarta es más grande que el mío!».
«¡Sus tareas son más duras que las mías!».
«¡Mi habitación es más pequeña que la suya!».
Sí, tenemos problemas con el tamaño de las raciones, incluso de adultos. ¿Qué nos hace luchar así? ¿Qué nos hace resistirnos a nuestra porción, ya sea de dinero, de comida, de recursos o de trabajo? Seguramente muchas cosas, pero quizá una de las que impulsan esa resistencia es nuestro sentido del derecho. Es la idea de que merecemos más o menos, dependiendo de lo que se reparta. En cualquier caso, la cantidad de nuestra porción es injusta.
Esto es, al menos en parte, el núcleo del Salmo 73. Es un salmo de lucha, un canto de queja contra lo que el salmista percibía como injusto. Asaf, el escritor del salmo, miraba a su alrededor y veía que los malvados prosperaban. No sólo no había consecuencias aparentes de sus acciones, sino que parecía que sus circunstancias mejoraban continuamente. Por el contrario, miró a la vida de los fieles y vio dificultades. Sufrimiento. Dificultades. Y no podía conciliar la parte de cada uno.
Eso fue, hasta que obtuvo el tipo de perspectiva que sólo se obtiene cuando uno llega a la presencia de Dios. Y habiendo hecho eso, Asaf tenía una inclinación eterna en su perspectiva, y ahí es cuando obtenemos la poderosa declaración del salmo – para la gente de fe:
Dios es nuestra porción.
Este es un tipo de contentamiento alimentado por la gracia – uno que viene cuando dejamos de comparar nuestras porciones de cosas con las de otros y en su lugar recordamos que, a través de Jesús, podemos tener la mayor porción de todas. Sólo a través de Él nuestra porción se convierte en… Dios.
Cuando nuestra porción es pequeña, podemos sentir que merecemos más. Y cuando nuestra porción es grande, ya no sentimos que tenemos necesidad de Dios. Lo reemplazamos con porciones menores una y otra vez.
En cualquier caso, tanto si tenemos mucho como si tenemos poco, debemos volver a la verdad de que Dios es nuestra porción. Sean grandes o pequeñas, las porciones terrenales que nos han sido asignadas son demasiado vulnerables. Pero gracias a Dios por Jesús, que nos ha asegurado algo mejor y más duradero en Él. Él ha asegurado nuestra porción en Dios.